miércoles, 19 de diciembre de 2007

La Verónica (o como de risas y gritos callasen silencios)

Roma no estaba tan mal,
debo admitir nada mal
algo mantiene el hechizo pensó,
y se dejó llevar por un tipo
que bajaba solo por la calle del calvario
plano secuencia real, solo debo caminar.


Inhala. Era el tiempo delicuescente, algo como un muy elegante chocolate o un tenue paseo de columpio. Y algo así como cien letras y humo empezaron a dar vueltas sobre el encorvado y robusto árbol que se había decidido por prestarnos una cautelosa sombra mientras nos dábamos trescientas treinta y tres veces de narices con aquel buen estupefaciente procurado por un polaco. Risas. Terribles y disonantes risas emergían de sus bocas, sin pleno o previo consentimiento. Era la mejor hora del verde heno, definitivamente. Nunca antes fue tan necesario, entonces, escuchar su voz y hacerle saber lo terriblemente bien que la estaba pasando sin su execrante moral, tan tajante y difusamente reprobable como cualquiera que hubiese vivido la bonne folle vie. Y con una de esas radiofónicas cosas di en el blanco. Exhala. "Aló, ¿quién es?" - dijo. Atiné a fumar, y reir - "la bonne folle vie, Verónica".

No hay comentarios.: