Tan solo unos minutos pasaron y por la esquina se asomó una silueta conocida: era Eduardo. Él leyó mi mirada y entendió de inmediato lo que ocurría, incluso más rápido de lo que creí. Sin más, nos levantó y llevó dentro de la fachada coral rústico, dejando a Gabriel en el sofá verde petróleo que había en la salita.
Al instante en que cerró la puerta, Sergio Martín bajó apuradísimo las escaleras, cuando de pronto se quedó estático al encontrar tremenda escena: Gabriel en el sofá, su amor platónico tumbado a su costado y la mirada de Eduardo –tan urgente como desconsolada– lo decía todo: había muerto, o al menos eso parecía.
FIN. (O no, no sé, se supone que era un cuento de esos que se hace en el colegio para algo así como los juegos florales, y dadas las escasas dos horas que te daban para redactar eso fue lo que "salió")
Ah, nunca supe si Gabriel era hombre o mujer. Supongo que cuando sea grande y tenga muchísimo más tiempo libre del que ahora dispongo para extenderme con Gabriel será una pequeña novelita.
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