Fue uno de los besos más extraños de toda mi vida cuasi-adolescente. No supe si contenerme o alejar a esa extraña persona que, en un momento de vacilación, tomó a mi boca como rehén. Sentía su sufrimiento, claro que en un porcentaje menor, y eso era lo que dolía más.
Esa tarde quedará clavada en mi memoria como la más latente, la más muerta, la que disfrazada de sombras se dejo ver. No tengo cómo explicar con palabras lo que paso a continuación: Gabriel yacía inconsciente en mis brazos, y ambos empeñados en el suelo de la vereda.
jueves, 27 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario