lunes, 31 de diciembre de 2007

Jigsaw falling into place (o buenas cuerdas de año nuevo)

“Just as you take my hand
just as you write my number down
just as the drinks arrive
just as they play your favorite song
as the magic disappears
no longer wound up like a spring
before you've had too much
come back and focus again.

The walls abandon shape
you've got a cheshire cat grin
all blurring into one
this place is on a mission
before de night owl
before the animal noises closed circuit cameras
before you're comatose.

Before you run away from me
before you're lost between the notes
the beat goes round and round
the beat goes round and round
i never really got there
i just pretended that i had.”




Nunca pensé que una canción explicaría tan bien el año que pasé como ésta (y eso que la letra no está completa). Y nada, pues. Diría cosas como “el año que pasé fue genial” o “prometo dejar de fumar o beber tanto” pero “año nuevo” es demasiado cliché para mi como para ponerme metas, hablar de los altibajos, prometer no cometer los mismos errores o nominar personalidades y eventos, o cosas por el estilo. Y yo no soy nada cliché.



sábado, 29 de diciembre de 2007

Una y seis.

Con lo que queda de mi labio roto te diría cosas como, no sé.
Todo debería acabar con un romántico suicidio que delicadamente espante a las muy pocas prostitutas que rodean todo, todo.
Y sí, me fui dando al miedo delicioso y a la noche, pero nunca sola - oh no. Media botella después y era no habida en cincuenta condados a la redonda (¿o eran acaso cuarenta y nueve?). Buenas noches.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Cuarta o vencida.

Tan solo unos minutos pasaron y por la esquina se asomó una silueta conocida: era Eduardo. Él leyó mi mirada y entendió de inmediato lo que ocurría, incluso más rápido de lo que creí. Sin más, nos levantó y llevó dentro de la fachada coral rústico, dejando a Gabriel en el sofá verde petróleo que había en la salita.

Al instante en que cerró la puerta, Sergio Martín bajó apuradísimo las escaleras, cuando de pronto se quedó estático al encontrar tremenda escena: Gabriel en el sofá, su amor platónico tumbado a su costado y la mirada de Eduardo –tan urgente como desconsolada– lo decía todo: había muerto, o al menos eso parecía.

FIN. (O no, no sé, se supone que era un cuento de esos que se hace en el colegio para algo así como los juegos florales, y dadas las escasas dos horas que te daban para redactar eso fue lo que "salió")

Ah, nunca supe si Gabriel era hombre o mujer. Supongo que cuando sea grande y tenga muchísimo más tiempo libre del que ahora dispongo para extenderme con Gabriel será una pequeña novelita.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Voy a perder la cabeza por tu amor (o aparente pérdida de tiempo)

Cuando yo creo que estás en mi poder,
tu te vas soltando, te vas escapando
de mis propias manos,
hasta ese día en que tu quieres volver
y otra vez me encuentras enfadado y triste,
pero enamorado.


A veces pienso que es sólo perder el tiempo, todo y todo (contigo). Otras, no sé, creo que siempre mi mente termina engañándome para que piense (en ti), como cuando, por ejemplo, desperté de una siesta esta tarde y vi la pared de ladrillos de un color naranja ardiente, y recordé lo que había soñado que de alguna forma se relacionaba a... bueno, ya sabes, ¿no?

Sé de facto que quizás y es un poco enfermo todo esto, y el hecho de que te vaya a ver eventualmente me quita un poco de "fe" (Lima se ha vuelto real e incómodamente pequeña para mi, minúscula, como la única pasa que quedó del panetón navideño) pero se supone que así es la vida, y así funcionan las cosas. No sé, si fuera tan fácil decirte cosas como:


¿Qué música tan indecente se columpia entre tus manos?
¿En qué primorosa lluvia se remoja tu cabello?

Te veo y tiemblo, David¹.


Y me repito nuevamente:

¿A qué estamos jugando?

Ojalá y sea algo como Texas Hold'em, no sé. Casi siempre me toca una buena mano.


¹Página 23. Nuevos Poemas Italianos. Renato Cisneros.
Note to self: No te cases jamás con un escritor, jamás.

La tercera que no era vencida.

Fue uno de los besos más extraños de toda mi vida cuasi-adolescente. No supe si contenerme o alejar a esa extraña persona que, en un momento de vacilación, tomó a mi boca como rehén. Sentía su sufrimiento, claro que en un porcentaje menor, y eso era lo que dolía más.

Esa tarde quedará clavada en mi memoria como la más latente, la más muerta, la que disfrazada de sombras se dejo ver. No tengo cómo explicar con palabras lo que paso a continuación: Gabriel yacía inconsciente en mis brazos, y ambos empeñados en el suelo de la vereda.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Y la parte dos.

Gabriel aun tenía la inmadura edad de dieciséis, asistía regularmente a su buen colegio Markham. A veces regresaba a las dos de la tarde, otras veces a las cuatro, pero siempre regresaba. Su hermano no tenía hora de salida ni llegada – supongo que eso era lo que me gustaba más de él…su libertad. A pesar de que Sergio Martín tenía infinidad de enamoradas, sólo recuerdo que le haya sido fiel a una: Vivi. Ella era alta, morocha, potoncita…sus ojos inspiraban sexo; sus piernas, deseo. Era la única frecuente de esa fachada coral rústico, además de Eduardo, claro está. Él, siendo el mejor amigo de Sergio Martín, venía tres veces a la semana por mi calle, se amarraba los pasadores en mi ventana, y seguía de largo.

Una tarde me hallé conversando con Gabriel en la esquina de la calle a eso de las cuatro y treinta y dos. Me contaba sus problemas – supongo que era más fácil contarme sus cosas simplemente porque era yo, su amiga. Tenía tantas cosas en la cabeza que apenas podía hablar, de sus ojos brotaban lágrimas, abría la boca y… Era todo tan árido que no pude evitar pensar que Gabriel quería morir.

Y su alma estaba realmente entercada con tremenda decisión. Recuerdo como una lágrima encontró mi boca – era tan salada que me pareció mas un trago amargo que un llanto gris. La forma en que me decía lo inútil de su vida era tan convincente que no encontraba palabras con qué refutarle…jamás me había pasado esto. Miento. Era la segunda vez en el mes que ocurría, la primera fue con Eduardo, y no encontré motivo alguno por el cual negarme a su tan apetitiva invitación, la otra la tengo en la cara, a flor de piel. No sé que hacer, cómo moverme e incluso cómo hablar. Gabriel me tenía entre su espada y mi pared.

martes, 25 de diciembre de 2007

Gabriel decide morir (Pt.1)


No sabría como comenzar esta historia. Aunque todos las conocen, se hacen los “locos”. Es más fácil olvidar una historia triste que una feliz. Así que, sin más, comenzaré y no pararé hasta que se recuerde la sombría tarde en la cual Gabriel encontró el fin de toda vida, el máximo secreto del mundo, la cruda verdad del destino, y decidió morir.

Gabriel no era más que un alma errante, colocada estratégicamente por el universo en una paralela a la Avenida Larco, en una casa de dos pisos, pintada de un coral rústico que no llamaba la atención, con tres jardincitos justo al frente de la puerta del garaje. Además, desde afuera, limitaba a todo observador, con amplias cortinas –jamás abiertas y empolvadas– que dejaban mucho a la imaginación. Tenía un perro, algo fino y labrador. Siempre lo escuché ladrar al camión de la basura, me molestó el hecho de que no parara de aullar a la luna cada vez que había una –y es que nunca tuve un perro, pero si hubiera tuviera uno alguna vez, hubiera querido que fuese como él (del cual no recuerdo el nombre, pero me gusta mencionarlo cada vez que puedo).

En fin, no toda la cuadra estaba tan al pendiente de la fachada coral rústico como yo. Siempre había estado al tanto de Gabriel más que nada por su hermano Sergio Martín. El tocaba la batería como los mismísimos dioses y, aunque digo esto con un cierto tono de ironía, jamás pasé una tarde entera sin escuchar sus baquetas arremeter contra algún platillo, tratando de evocar los solos de John Bonham. Ése era Sergio Martín, y esa era su batería.

lunes, 24 de diciembre de 2007

No surprises.



Eso... eso. Y que ojalá no se queme ningún pavo.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Flowers (o como Emilie Simon me salvó la vida - yet again)

i want to buy you flowers
it's such a shame you're a boy
but when you are not a girl
nobody buys you flowers
i want to buy you flowers
and now i'm standing in the shop
i must confess i wonder
if you will like my flowers
you are so sweet and i'm so alone
oh darling please
tell me you're the one
i'll buy you flowers
i'll buy you flowers
like not other girl did before
you were so sweet
and i was in love
oh darling don't tell me
you found another girl
forget the flowers
because the flowers
never last for ever
never last for ever
never last for ever
my love


Ingeniosísima Emilie, definitivamente. Busqué tanto alguna canción que expresara sincera y realmente lo que tantas veces no puedo (ni pude) decirte a la cara (por 'x' factores de sombrero) que finalmente di con una precisa, o al menos eso me dice mi botón derecho desde esa cosita que usualmente se usa para poner los aretes y cosas por el estilo. Ojo que es la primera vez que pongo una canción entera eh, ojo.

Si eres inteligente asumo que te darás cuenta de la evidente evolución de la letra, y si no pues... Feliz Navidad.
PD: recomiendo altamente escuchar a Emilie.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Lo sé, a veces vergüenza.

Si esto fuera una confesión, seguro comenzaría con algo como… no. Quizás fue a la segunda o tercera vez que viajamos juntos por pura coincidencia o casualidad que te miré de cerca, no como los cíclopes, pero tal vez sí como lo suelen hacer los halcones antes de avalancharse sobre su presa: estudiando de lejos cada movimiento, concentrando toda su energía en el par de penetrantes pupilas que siguen sus corrientes sanguíneos latentes e imberbes. Te miré desde el asiento que suele ser el favorito del cobrador de mis tigres de la quinientos veinticuatro mientras jugaba con mi pelo, mirándote a los ojos. Sí, en el hábitat de los quinientos veinticuatro tú eras algo así como la presa y yo el halcón, o quizás yo la más ávida de las presas y tú el más despistado de los halcones. Tú respondiste con la risa más pícara que he podido ver a una hora tan incierta como las seis y cuarenta y dos de la tarde, como si de pronto jugásemos el mismo juego animal, al ritmo de una canción animal y en pleno temblor. Y así, entonces, diría: “A ver si te crees capaz de atrapar a alguien hoy, eh halcón. Esquina del Polo bajan.” – claro, siempre y cuando esto fuera una confesión, entonces comenzaría con algo como… no.

La Verónica (o como de risas y gritos callasen silencios)

Roma no estaba tan mal,
debo admitir nada mal
algo mantiene el hechizo pensó,
y se dejó llevar por un tipo
que bajaba solo por la calle del calvario
plano secuencia real, solo debo caminar.


Inhala. Era el tiempo delicuescente, algo como un muy elegante chocolate o un tenue paseo de columpio. Y algo así como cien letras y humo empezaron a dar vueltas sobre el encorvado y robusto árbol que se había decidido por prestarnos una cautelosa sombra mientras nos dábamos trescientas treinta y tres veces de narices con aquel buen estupefaciente procurado por un polaco. Risas. Terribles y disonantes risas emergían de sus bocas, sin pleno o previo consentimiento. Era la mejor hora del verde heno, definitivamente. Nunca antes fue tan necesario, entonces, escuchar su voz y hacerle saber lo terriblemente bien que la estaba pasando sin su execrante moral, tan tajante y difusamente reprobable como cualquiera que hubiese vivido la bonne folle vie. Y con una de esas radiofónicas cosas di en el blanco. Exhala. "Aló, ¿quién es?" - dijo. Atiné a fumar, y reir - "la bonne folle vie, Verónica".

domingo, 9 de diciembre de 2007

Música ligera (o de como los vi volver)

P estuvo entre una multitud, mojando la alfombra con sus sueños de vivas.
P fue flotando por el río, descansando en la corriente.
P durmió al calor de las masas.
P tuvo labios prohibido, vestido escotado.
P fue un espía, un espectador.
P se acostó, levantó: no pudo seguir así, oh no.
P al menos sabe que huye porque ama.
P se fue desnudando con cada sonido.

A P la llevaron hasta el extremo, en el juego de seducción.
A P todo le pareció tan susceptible.
¡Oye! A P no le hicieron falta vitaminas.


En realidad fue demasiado, como que tuviste que estar entre la multitud del estadio nacional el ocho de diciembre para entender lo grandioso que fue ver a Gustavo, Zeta y Charly juntos. Wooho.
Me duele todo, todo. Y me quema la cara, y los brazos que dejaron su crudo color y están al fucsia vivo, pero qué chucha. Ah, lo que le "jodió" a P fue no usar su cabeza como un revólver, ni ver que es amor lo que sangra desde el cielo en la cúpula.

Gracias totales, eh.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Rayando tachuelas (o borrando cómicamente tu nombre)

La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo, ser patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte para decirlo amablemente, en una palabra, le revienta la circunstancia, más brevemente, le duele el mundo.
Rayuela, Julio Cortázar.

La cosidad, cosidad rara. Se me ha dado por tomar té verde últimamente, no sé por qué. Dicen que es bueno, y que te ayuda a no sé qué y que te hace quemar no sé cuántas cosas que tengo (?) adentro (léase calorías, o cosas por el estilo). Hay otras cosas adentro mío que quisiera quemar tantas veces como fuese necesario para tacharlas, olvidarlas, matarlas, suprimirlas, borrarlas y desaparecerlas finalmente, soplando las cenizas claro está – pero no encuentro la forma de hacerlo, no. Y me veo todos los días gastando papeles recordando el mismo nombre: cuatro consonantes y una vocal… qué terrible pues, odio la monotonía vocalesca de su nombre, pero no puedo evitar pensar en él debido al estúpido mes que me toca vivir, malditas sean festividades navideñas. Cualquiera diría cosas como “qué paranoica estás” o “estás demente”. Sí, suelo ser un poco paranoica y demente, lo admito, pero sólo para balancear mi multifacética personalidad (nadie dijo que sería fácil entenderme, menos aún cuando carezco de manual alguno).

En resumidas cuentas se supone debo estar algo así como extasiada dada la magnífica fecha de mañana que esperé durante toda mi semana de finales, enfermísima y demás, PERO, pero, pero, pero, pero! no me ha tocado la suerte para decir amablemente que me revienta de sobremanera la circunstancia, más brevemente, me duele creerte muerto. Creo que soy patológicamente muy sensible a tu forma de... no, no - nada que tenga que ver contigo. Soy patológicamente muy sensible a la idea de ti (creo que debo borrar cómicamente tu nombre).

Nada más.