miércoles, 13 de junio de 2007

Chez-moi.

No imagino en realidad cuántas personas pasarán diariamente frente a mi casa, aunque atino que probablemente sean un buen par de miles. Y es que la avenida frente a la que vivo es una de las más transitadas del país, lo sé de facto. La cuadra en la que resido tiene un tono algo soberbio: las viviendas se pronuncian sobre sus cimientos como onerosas señoras burguesas de dos pisos (en su mayoría), y sus fachadas representan en su mayoría portones que dejan a los instantáneos espectadores con ansias de saber qué esconden por dentro (o al menos eso siento).
Podría decir que habito en una de las cuadritas más grises de Lima debido al smog continuo y la contaminación de los carros. Por ello, siempre que alguien me pregunta donde paso mis días, respondo: “Mi morada se ubica en una calle singular, apretada, muy transitada y gris. Su portón es como los demás, pero su muro verde petróleo te da una sensación de bienvenida única”. Y eso es cierto.
Algo que diferencia a mi hogar de los demás, es que tiene una curioso y pequeño puesto de vigilancia estratégicamente del mismo color que mi tan adorada fachada. Al entrar por mi gran puerta marrón intensa, la imagen es sobrecogedora: hay un gran patio, seguido de un pequeño jardín, y al fondo se observa como una casa de un piso se eleva sobre el pavimento. Claro está que, al entrar a mi “reino”, el “séquito” de mis tres perras le dan la bienvenida a todo el mundo. Bulliciosas como ellas solas, a punta de ladridos y saltos, hacen sentir a cualquier extraño como en casa. Hay una puerta principal que te lleva a la sala, y otra a la cocina. Cuando entras por la amplia sala, muchos se sienten en un ambiente campestre, como si se hubieran transportado mágicamente a una casa hacienda de los setentas; mientras que, cuando entras por la cocina, las delicias que se preparan te dejan atontado y presto para devorarlo todo en el solemne comedor contiguo. Ambos, el comedor y la sala, se unen con un pequeño pasillo, el cual lleva a los habitantes de ese domicilio a sus aposentos nocturnos, a sus respectivas alcobas. Una grande, con un gran clóset y una cómoda cama, además de un televisor, un sillón y un amplio baño. La mía queda al fondo, es de un tamaño mediano, equipada con una cama, un sillón, un televisor y la computadora, en la cual paso la mayor parte del tiempo, y también tiene una gran ventana que conspira con la luz en las mañanas para despetarme de un profundo sueño. Hay un cuarto extra que usan para hacer las labores domésticas como planchado y demás, y sirve también para hospedar huéspedes. Como podrán deducir, mi morada es bastante acogedora.

Y se los digo yo, que he vivido dieciocho años bajo este mismo techo.

1 comentario:

JC dijo...

Me dieron ganas de ir.