Muñeca – dijo L, mientras aspiraba una bocanada de humo de su ya gastado cigarro.
Paula, que miraba inerte en dirección a la puerta que daba a la calle, volteó su cabeza.
Eran las dos únicas personas en el salón de aquél café.
- Disculpa, ¿qué dijiste?
- Muñeca.
- Sí, pero… ¿de quién estás hablando?
L arremetió su cigarro en el cenicero negro, tomó un sorbo de café, y levantó la mirada.
- De ti, obviamente.
Paula se sonrojó, y su boca sólo atinó a hacer lo que sabía mejor.
- Así que rubores rosa y medias sonrisas eh – sin duda alguna toda una muñequita. Eres el personaje del que tanto me habían hablado, el que anhelaba tanto conocer.
- ¿Personaje? Disculpa, yo… Yo no sé quién eres.
- Y debo asumir, en este preciso momento, que esa resulte ser traba suficiente como para dejar de hacerle justicia a cada pestaña tuya, a cada mueca, a cada tapada de cara por simple timidez, a cada cigarro tan bien fumado durante éstos… no sé, como… ¿diez meses?
- Dios, eres tú… L. Creí que…
L se levantó, se sentó al lado de Paula en el amplio, cómodo y gastado sofá escarlata. Le acomodó el cerquillo cuidadosamente y le dio un beso en la frente, mientras tomaba sus manos, frías desde luego.
- Muñeca. No sabes lo que esperé para encontrarte en este salón.
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