Era un muchacho bastante indie, allá por el dos mil siete guión uno. Paula terminaba un período de transición que la llevó finalmente al lado oscuro de la luna, y un par de cosas más, realmente incontables.
Recuerda así, vagamente, la primera vez que cruzaron miradas. Era un salón bastante concurrido, y la posibilidad de sentarse en carpetas contiguas era algo escasa (por no decir nula). Algo en ella nunca terminó de agradarle, o al menos eso creía Paula cuando se miraba en el espejo del segundo piso del pabellón “D”. En realidad nunca hablaron, pero tampoco necesitaron hacerlo – como una de esas cosas que no se pueden explicar.
Eventualmente, terminaron hablando, incluso agradándose. Y sólo necesitaron de un viernes frío, un salón más que vacío, una buena amiga en común y otra algo mitómana. Era algo así como increíble la química que podían tener respecto a música y otras artes, lo mucho que los entretenía el hecho de haber compartido un salón ciclos atrás y no haber cruzado palabra alguna. “Creía que me odiabas, sinceramente” – “Tienes ideas muy raras”. Risas.
Ahora, pues, podría decir que se llevan fenomenal. Intentaron tocar juntos, pero Paula es muchísimo más vocalista que bajista, y… Bueno, digamos que sólo lo hicieron una vez, y que ella no lo olvidará jamás. Y aunque no comparten cursos, siempre se terminan encontrando por la universidad, como suele suceder. También tienen de esos almuerzos frustrados por falta de aviso, y cosas por el estilo.
Y ya es su cumpleaños – veintidós velas en su pastel.