No podía dejar de mirarla, y hasta parecía comerla con los ojos. Toda, toda, desde su escote nada mojigato, hasta sus largas y contorneadas piernas ligeramente cubiertas por unas pantys que no podrían asegurarle calor alguno en las frías calles barranquinas. Qué rica está – pensaba ella. Será para mí, y sólo mía.
- ¿Tienes fuego? –dijo, haciendo un gesto de encendedor.
Sí, y te prendería todita – pensó. No podía decir eso, aunque se moría de ganas por hacerlo. La asustaría, y luego no tendría oportunidad alguna de abordarla más adelante.
Sí, claro, toma. Y le encendió el porrito que tenía.
- Es un imbécil, realmente lo es. No sé por qué siempre me pasa lo mismo. Creo que seré monja, o lesbiana. Rió.
Me parece una excelente idea, lo segundo, digo.
Y le sirvió un poco de cerveza.
Acto seguido: la besó. Sus labios eran tan suaves y rosados como los venía adivinando. Ella no la alejó, y para su sorpresa le devolvió el gesto tiernamente.
¿Qué demonios pasa acá? Nada, nada.
jueves, 16 de octubre de 2008
De bares y gestos.
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11 comentarios:
Muy sugestivo. Yo también me inclino por la segunda opción.
;)
cuidado mija
si no lo sabré yo.
bienvenida a la sagrada tentación de otros besos.
¿qué pasa acá?
nada ... nada
eso me gustó.
saludos desde la edad antigua
A mí me intriga (sobremanera) el tuyo.
No pasa nada?
Al contrario, todo recién empieza querida P.
Hoy te veré bailando al son de JIM
Me gustas como no tienes idea.
Es q nunca pasa nada :P
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