Ese domingo Paula despertó con unas ganas casi diabéticas de comer brownies. Pero no cualquier brownie, sino de esos que tenían una envoltura roja y letras muy graciosas. Así que se levantó de la cama (de costado, como siempre), se puso un jean, un polo, una polera y finalmente sus fieles converse negras de graffiti rosado. Ella estaba lista para todo, y todo de todo eh.
Salió de su casa. Cerró la puerta. Demonios, se olvidó de las llaves. Ah no, allí están.
Entonces caminó la recta de su cuadra, sí, la medio gris por el smog de los autos y demás. Caminaba, y miraba el suelo: veía sus pasos, sus cortos y largos pasos, y el rastro algo invisible que dejaban sus pies, y lo poco/mucho que (aún) le dolía la pierna derecha. Maldita pierna derecha. Maldita.
Todavía faltaban como unas seis o siete cuadras más, y ella decidió antojarse de un cigarro. Pero sólo de uno, y porque lo encontró de pura casualidad en el bolsillo trasero de su polera. Entonces lo encendió, y la primera bocanada de humo fue tan deliciosa como el primer mordisco que imaginaba le daría al maldito brownie que la había hecho levantarse de la cama en una hora tan estúpida como puede ser las nueve y cincuenta y siete de la mañana, un domingo de nueve por la mañana, una mañana de cincuenta y siete antojos de domingo.
Se me antoja un brownie de envoltura roja. Adiós.
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2 comentarios:
pan con lomo saltado
ese es el 58
Me interesaría saber sobre otros antojos tan irreprimibles de otros 56 domingos.
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