Era más o menos temprano, o tarde, pero llegaste y tuvimos que salir. Primero al parque, claro, a darnos un poquito de libertad. Las hojas en invierno parecen querernos más, y nos caen por montones mientras conversamos. Quizás sea un gustito adquirido ese, conversar – a mi me gusta hacerlo por horas. Ahora sí es tarde. Caminamos a lo que será la noche de nuestras vidas, o al menos una más. Y lo sabes porque hace frío, tienes el pecho hinchado y el abdomen duro – “no, acá no hay rollitos”. Tres cigarros más, cuatro pasajes menos y un par de cuadras erradas, nos separamos. Seis personas después y un par de distritos más lejos: voilá, la noche de mi vida.
Bonito lugar. Pequeño, cómodo, “familiar” de una retorcida manera. The place to be, sí, siempre y cuando tengas DNI. Entonces entras y te sientes como en casa, saludas a tus amigos, a tus no tan amigos, a tus conocidos, y ves de reojo a los desconocidos. Pides una chela, alguien te llama “hipster” y sonríes. Entonces te das un poquito más de libertad, y aceptas. Es un pasajito muy pintoresco, con vista al lou. Se prueba, aprueba y pasa. Las conversaciones suelen ser de lo más divertidas cuando pasas el rato así.
Ahora, descaradamente libre, vuelves. Y notas la presencia de nuevas personas. Alguien te habla por la ventana, y casi no puedes creerlo. El verde es un muy bonito color, realmente, y tú también. De pronto, y sin previo aviso, te reconocen y gritan tu apodo. Recuerdan las clases de Etiqueta Social. Se acerca, se presenta y te da un beso. Respondes, y agregas cháchara barata. Buena música, muy buena.
Lo malo de este lugar son los sillones, bajitos y pequeños. Se repite el saludo, la presentación y los ricos besos. Parece que te gustó conversar conmigo, porque te quedaste, y ahora compartimos el bajito y pequeño silloncito. Me haces reír, con las cosas que dices y no puedes hacer. Tu cercanía me pone nerviosa. La música sigue siendo buena, y el verde –definitivamente– un muy bonito color en la habitación. Un beso en el cuello, está bien. “Casi me caigo”. Pusiste tu mano derecha en mi rodilla izquierda. “Me tienes un poco acorralada, ¿sabes?” Reíste, descaradamente, y cambiaste el tema de conversación.
“No te voy a dejar de querer porque no sepas hacer perritos con globos”, dije. Me dio un beso en el pecho, que estaba frío (y no tan hinchado ya). Cerré los ojos. Su mano subió por mi pierna, y de alguna retorcida manera llegó bastante lejos, casi a la altura de mi cinturón, y por ahí se quedó. Pero nunca tan fácil, no. Si antes su cercanía me ponía nerviosa, ahora me…
Le hablé de “mi” única persona so far, y se molestó. Intenté explicarle un poco la situación, incluso alerté algo y se molestó todavía más. Breves comparaciones después se calmó un poco, todo. “Iré al baño”, dijo, pero no se movió. Y aunque no retiró su cercanía, decidí dejarme de libertades, levantarme y salir.
Ahora son como las cuatro de la mañana, y me pregunto qué hubiera pasado sí…