martes, 27 de noviembre de 2007

Lullaby. (o instrucciones para jugar al cíclope)

“His arms are all around me
and his tongue in my eyes. 'B
e still, be calm,
be quiet now, my precious boy, don't struggle like that
or i will only love you more'


Abre. Abre los ojos. Perfecto, ahora ciérralos. Vuélvelos a abrir, espera – ciérralos de nuevo.
Ábrelos, mira hacia abajo. Ahora muerde tu labio inferior –todo mientras miras abajo– y lentamente regresa la mirada hacia sus ojos. Deja de morderte el labio y sonríe para un lado (mirando hacia donde guíe tu boca ahora).
Aspira una bocanada de humo suave, con los ojos cerrados, y mientras lo haces piensa en el lugar más recóndito en el que quisieras estar: bota el humo.

Llegó el momento, sí. Entre riñas de pestañas trata de que tus ojos hablen en lugar de tu boca. Muérdete el labio inferior, y pon dos dedos encima de tu boca. Mira hacia abajo. Pestañea. Míralo de nuevo. Juega con tu pelo, y coge el lóbulo de la oreja que prefieras.
Frunce el ceño de manera pícara, con media sonrisa. Bien, vas bien.

Pregúntale si te mira, te dirá que sí. Ahora acércatele. No, más de cerca. Más, más. Sí.
Pregúntale ahora si de cerca te mira, te responderá afirmativamente igual.
Dile que cada vez más de cerca, y que llegó entonces la hora de jugar al cíclope.

Dato adicional: la canción precisa para jugar al cíclope es la del título de hoy.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Comfortably Numb (o como treinta y ocho me quitó todo lo apetecible)



There is no pain, you are receding
a distant ships smoke on the horizon
you are only coming through in waves
your lips move but I cant hear what youre sayin
when I was a child I had a fever
my hands felt just like two balloons
now I got that feeling once again
i cant explain, you would not understand
this is not how I am
i've become comfortably numb
.


Y ahora, la breve crónica de mi resfrío.


Viernes

11 am:
Creo que estoy algo enferma, la verdad no sé. Quizás sólo sea un poco de alergia, o algo así. Sería imposible, y de muy mala suerte, enfermarme a vísperas de finales. Qué importa, debo ir a la casa de Fiorella a estudiar para el maldito final de constitucional.

4 pm:
Tomé prestado el rollo de papel higiénico de Fiorella que parece sí estar toda enferma, ojalá no me contagie y se me quite esta porfiada constipadez (sí, inventé una palabra para mi estado crítico de mocos en la nariz e imposibilidad de leer). Ah, más terrible no me puedo ver, creo que si no conociera bien lo que tengo diría que me voy a enfermar.

11 pm:
A decir verdad, la “alergia” de la mañana parece no irse, creo que mejor esta noche dormiré con medias para evitar cualquier “posible resfrío”, aunque tengo calor y no sé por qué estoy sudando tanto si afuera hace un frío terrible. Qué asco me dan estos cambios de clima.

Sábado

6 am:
Maldición, no puedo hablar, y la garganta me duele terriblemente. La susodicha constipadez no se me quitó durante la noche (malditas sean, medias inservibles). Me duele todo, todo. Tengo frío, y calor, y sudo como la csm. Creo que estoy resfriada, demonios. No importa, debo ir a la universidad…¿qué tan difícil puede ser estar en mi clase de penal y luego dar un final de constitucional así?

8 am:
Llevo una hora en clase de Penal, dividida en cuartos dada mi lamentable situación de salir a sonarme los mocos en intervalos de cinco minutos. No entiendo un carajo y quiero que todo termine rápido. Sí, rá-pi-do.

9 am:
La fiebre regresó, o al menos eso creo. Sí, dos personas confirman mi calentura, mi maldita calentura. ¿Por qué enfermarme justo hoy? No entiendo a mi cuerpo, realmente NO lo entiendo.

10 am:
Por fin, el final de Constitucional. Al menos al terminar esto podré ser libre un par de días antes de seguir con la masacre de exámenes. Achú –salud– Eh, gracias.

11 am:
Ha sido uno de los mejores exámenes de mi vida, pese a mi estado deplorable de salud. Debo agradecerle infinitamente a la picardía del buen amigo del no tan buen enamorado de mi no tan cercana amiga, sí. Un poco difícil de explicar, pero sólo diré eso.

12 pm:
He recibido por fin la nota de tarea académica del curso de la anterior hora, y me han propuesto ir por un helado. Helado. Sonará estúpido, pero cuando escuché esa palabra se me fue todo lo malo y acepté ir gustosamente.

12:30 pm:
Acabo de comer el McFlurry de Oreo más rico de la vida, pero empiezo a sentirme un poco constipada. Demonios, demonios, demonios. ¿POR QUÉ CARAJOS COMÍ HELADO? Siento una fría gota de sudor corriendo por mi espalda: me he cagado.

4 pm:
Me siento cagada, soy una imbécil

11 pm:
Nunca debí haber comido ese helado, por más rico que estuviera. Me muero por ir a Sargento, y por la puta madre que no puedo ir. Al menos no soy la única enferma por aquí.

Domingo

7 am:
Los mocos no me han dejado dormir, y creo que tuve fiebre toda la noche. Esperen. Mi madre lo corrobora: tengo treinta y ocho grados, igual que todo el fin de semana. Creo que me voy acostumbrando a esto del calor incesante y el frío de a pocos.

11 am:
Un poco de té con limón, y una que otra tostadita.

1 pm:
Algo de caldo de pollo y, CON DOS DÍAS DE RETRASO, un par de panadoles antigripales. Me dicen que Sargento no estuvo tan bueno, al menos eso me tranquiliza un poco y calma mis ansias de salir.

3 pm:
Creo que las pastillas me han dado sueño, no pienso leer un carajo. Regresó el sudor frío, y sigo muriendo de sed.

9 pm:
Maldito resfrío, te odio. Te odio. TE ODIO. Empiezo a creer que soy inmune a los panadoles antigripales, dado que no me han hecho UN carajito. Al demonio con todo.

martes, 20 de noviembre de 2007

El cuerpo mudo que habla, y habló.

Era un tanto evidente: ella no sentía lo mismo. Y eso mismo que hasta hace como tres meses le movía el suelo, y le quitaba el aire, y la hacía cantar y hacer bailes graciosos sobre-sitio, ya no le producía emoción alguna. La subjetividad innata de este sujeto que la acogía de noche, todas las noches, la abandonó. Él no tenía ya mayor trascendencia para ella. ¿Malo? No. ¿Bueno, acaso? Tampoco. Él la hacía bailar sobre-sitio, y cantar, y quitaba su aire mientras le movía el suelo, el puto suelo.
Todo es estructuras, ruidos, vacío y música. Él era música.
Música en la que no valía la pena pensar.

Ya no puede leerse como el más serugiranesco de los textos, no. Bocanada de humo, y ya. Chau, mi amor - te espero arriba.

No hay otra manera de enfocar su libertad que condicionando su naturaleza. ¿Por qué hacerla reir? ¿Por qué malacostumbrarla a un ritmo ilusorio? En serio, ¿por qué?. Él se niega (y negará) rotundamente a explicárselo, lo sé de facto. Habrá que preguntárselo a Pepé, y quizás se remita a mover el rabo, y salir corriendo. Que termine todo, nos fuimos.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Ah, Björk.

and if you believe in dreams
or what is more important
that a dream can come true
i will meet you


Lunes, martes.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece.
Martes trece.

Fue algo así como esperar más de seis (seis veces seis) horas parada, y a veces sentada, en la colita que se bifurcaba entre trescientos siete y doscientos setenta y algo. Y la gente que llegaba, y la gente que saludaba, y las risas y los cigarros y la comida.
Las cinco, las seis, las siete.
Las siete, y a entrar. Y a correr.

Y a esperar, y a gritar, y a reír.
Y los tantos “no puedo creerlo, no puedo, no puedo”.
Y los excesivos “no quiero más, me duele t-o-d-o, al demonio, me voy”
Y las siete y media, y las siete y cuarenta y cinco, y las ocho, y las ocho y media.
Y las ocho y treinta y cinco, ocho y cuarenta, ocho y cincuenta. Sin flash, por favor.
Y las nueve. Y Björk.
Y todas las canciones, y sus saltos, y las sonrisas, y todo lo demás que ya sabes: o porque lo leíste en otro lado, o porque bien estuviste allí.

Y la casi hora y media de sudor, y apretones, y falta de aire, y calor sofocante. TODO fue grandioso. Definitivamente el mejor concierto al que he ido, después del de Rogelio Aguas.


viernes, 9 de noviembre de 2007

Ojos de cuatro y media.

Eran las cuatro y media de la madrugada, y Paola abrió los ojos sin motivo alguno. ¿Qué chucha hacía con los ojos abiertos tan temprano? No tenía la más puta idea. Ella sólo los abrió, miró la hora en su celular, y volvió a cerrarlos. Y se repitió el acto media hora luego lueguito, e incluso cuarenta y cinco minutos después más tardecito. Maldito viernes.
Cuando por fin sonó su despertador a las seis de la mañana se levantó, caminó hacia el baño con un ojo cerrado/el otro abierto y cargando la no tan pesada radio que usa cuando se baña (porque esa mañana se iba a bañar).
Y la prendió, y se aseguró de que hubiese una toalla en el perchero.
Y se desvitió de pocos. Despacito, despacito cada botón.
Y luego una media, y luego ya no sé.
Entonces se metió a la ducha, y cantó "Mr. Jones".

"Mamá, llévame - Como jodes oye."

No sé por qué Paola gastaba papeles esforzándose por llegar temprano los viernes, realmente no lo sé (y tampoco quiero hacerlo).
Ignoro, también, la increíble caraduría de singulares sujetos.
Está harta, bastante. Ah, bastante es poco.
Si tuviera una última sola cosa que decirte, creo que sería algo como "Don't give me that goody good bullshit". Y todo por levantarme a las cuatro y media de la madrugada. Maldito viernes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Las cosas que hace un cerro.

Eran ya como las dos y dieciséis de la tarde, y Paula estaba al frente de su no tan viejo monitor con ganas de escribir. Habrá sido quizás el poco sol, o el poco frío, o acabar de almorzar, pero quería escribir un rato. Y se antojó de un poco de Velvet Underground, y de Heroin.
Entonces empezó a escuchar la canción, y a medida que se acrecentaba al ligero sonido punzante, los acordes empezaron a coquetear con su cabeza, y recordó todo. Todo. Todo. El hilo blanco que despedía su ya no tan entero cigarro le envolvía en algo así como tranquilidad. Y la canción, claro, la tenía en un trance. No, miento. Paula no entraba en trances sino cuando iba a dormir (pero sólo a veces). Heroin, be the death of me.

Se dio cuenta de que le hacía falta algo, pero sólo esa sensación de falta. Paula rara vez sabe lo que quiere, pero ésta vez sí: quiere irse. Irse, y tener miel sobre los párpados y despertar entre blanco, blanco, blanco. Blanco y frío. Y navidad.
"Nos vamos a Chicago, eh" - botó el humo que quedaba de su última pitada, y lo apagó.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Cincuenta y siete antojos de domingo.

Ese domingo Paula despertó con unas ganas casi diabéticas de comer brownies. Pero no cualquier brownie, sino de esos que tenían una envoltura roja y letras muy graciosas. Así que se levantó de la cama (de costado, como siempre), se puso un jean, un polo, una polera y finalmente sus fieles converse negras de graffiti rosado. Ella estaba lista para todo, y todo de todo eh.

Salió de su casa. Cerró la puerta. Demonios, se olvidó de las llaves. Ah no, allí están.
Entonces caminó la recta de su cuadra, sí, la medio gris por el smog de los autos y demás. Caminaba, y miraba el suelo: veía sus pasos, sus cortos y largos pasos, y el rastro algo invisible que dejaban sus pies, y lo poco/mucho que (aún) le dolía la pierna derecha. Maldita pierna derecha. Maldita.

Todavía faltaban como unas seis o siete cuadras más, y ella decidió antojarse de un cigarro. Pero sólo de uno, y porque lo encontró de pura casualidad en el bolsillo trasero de su polera. Entonces lo encendió, y la primera bocanada de humo fue tan deliciosa como el primer mordisco que imaginaba le daría al maldito brownie que la había hecho levantarse de la cama en una hora tan estúpida como puede ser las nueve y cincuenta y siete de la mañana, un domingo de nueve por la mañana, una mañana de cincuenta y siete antojos de domingo.

Se me antoja un brownie de envoltura roja. Adiós.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Acto final (o como la tentación de ir por el vino se acrecenta)


Y entre hojarascas de miel,
rayos de sol,
agotada lluvia,

y nubes naranja
abrió los ojos





Ella los abrió, y todo le pareció increíblemente distinto a cuando los cerró por última vez.
Su boca dijo: “mon dieu, il est morte (pour moi)”
Su cabeza pensó: “a lo mejor debí cambiar esa estación”
Y cerró los ojos. Sol. Una astilla, o dos.

Él iba caminando por una larga y verde avenida, inanimada. Y sintió como de golpe un vacío dentro de sí. Y gritó tanto como pudo pero nadie escuchó su voz, ni sus gemidos, ni el latido incandescente de su pulgar derecho, al cual le había entrado una astilla. Dos, fueron dos.

Él la había dejado ir por cognición propia.
Hace mucho fueron tan compatibles en naturaleza como la pura perdición de un laberinto.
Hace no tanto ambos dijeron cuatros o seis cosas, y ella palideció y se entregó a mil vidas, todo mientras él se alejó a seguir vegetando muy putamente su prostituta existencia.

Una astilla. O tal vez dos.
Quizás es lo que necesite para quitarle la voz.